El Ajedrez de los Dioses

Antigua Persia, 2090

La leyenda comenzó con un descubrimiento que sacudió los cimientos de la arqueología: un tablero con 64 escaques y 32 figuras tallado todo en materiales desconocidos, resplandecientes bajo el polvo de milenios, acompañado de un papiro cuyas letras doradas desafiaban el paso del tiempo. Los especialistas en lenguas antiguas se obsesionaron con descifrarlo, pero tras un año de esfuerzos infructuosos, la frustración los venció. Solo la tecnología más avanzada pudo arrancarle sus secretos: un ordenador de inteligencia artificial dedicó meses a reconstruir palabras sueltas en arameo, y tras año y medio, el mensaje emergió completo.

Lo que reveló el texto los dejó sin aliento.

En los albores de la eternidad, un Dios hastiado de la quietud celestial diseñó el ajedrez para enseñar a sus ángeles el arte del pensamiento. Pero un enviado de las sombras descubrió el juego y, maravillado por su belleza, corrió a advertir a su señor. El Diablo, al contemplarlo, comprendió su poder adictivo: sus demonios, hipnotizados, abandonaban sus tareas para jugar sin cesar. Convencido de que la humanidad caería en la misma trampa, lo arrojó a la Tierra con un gesto de pura malicia.

Sin embargo, los espías divinos interceptaron el juego antes de que tocara el suelo. Dios, tras reflexionar, decidió que el ajedrez debía llegar a los mortales, pero no como un instrumento de corrupción, sino como un maestro de estrategia, paciencia y belleza. Lo envió con reglas inquebrantables y una advertencia grabada en su esencia: «Es solo un juego».

La leyenda, sin embargo, no termina ahí. Se murmura que, en sus momentos de hastío, el Creador desciende a la Tierra bajo seudónimos, sentadose ante el tablero como Capablanca, Tal, Fischer o Kasparov, moviendo piezas con la misma mirada concentrada y una media sonrisa con que una vez retó a los arcángeles.

¿Mito o realidad? Nadie puede decirlo. Pero hay una verdad innegable: en este mundo, entre el polvo y las estrellas, existe un juego tan bello que parece obra de los dioses.

Y se llama ajedrez.

XXXI VIII XLVI

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