Después de años conviviendo juntos y jurarnos amor eterno, no fue muy agradable encontrar a mi mujer en la cama con otro. ¡Margarita, cosa fai!
El mundo se me vino encima, J. Ramírez no perdió oportunidad y una y otra vez fui portada en el periódico: “Famoso cantante de ópera cuyo nombre empieza por P, engañado por su mujer”
Esto en primera página, en las centrales una amplia descripción de los hechos con fotos incluidas de la pareja retozando. Luego en las páginas culturales: “Paulino Lino, el célebre tenor, suspende su gira por países asiáticos debido a un repentino dolor de cabeza”
¡Vamos! Vox populi.
Una más que prometedora carrera en el bello canto se había ido al garete. Mi voz, producto del desengaño, aquella portentosa voz, había quedado en nada.
Sin tener las cosas demasiado claras. La Faixina y el Auba, todos ellos en la Avenida Argentina, fueron los elegidos. Allí por lo menos encontraría distracción y, si es cierto lo que reza la publicidad, ambiente distinguido. A sus pies señora marquesa.
Tampoco dejé de lado el café Itake, cuyo ambiente y decoración, me recordaba al París de los años veinte. Su propietario respiraba Cuba, y la comida que allí servían, preparadas con las mejores salsas afrodisíacas, encendían el candor en el rostro de las más jovencitas. Curiosamente entre los platos no figura el arroz a la cubana.
Ya sin voz, o con voz cascada, los camareros al pedir un güisqui me respondían, “ oh yeah “, era una simpática forma de recordarme que parecía un viejo roquero, tenía que plantearme nuevas perspectivas…
Me acordé de mi infancia, y en especial de aquellos momentos en que nos reuníamos en la mesa para comer. Los días en que había habas, en mi casa siempre eran problemáticos. A mi nunca me han gustado las habas, son muy pesadas, me producen gases.
- Las habas son necesarias para el crecimiento – decía mi madre e insistía para que me las comiera, amenazándome con que si no lo hacía me iría al infierno. A regañadientes obedecía, no sin devolver la amenaza.
- No te preocupes – respondía cariñosamente mi madre – abriremos las ventanas.
Y así tenían que hacerlo, más de una vez no fue suficiente y tuvimos que salir fuera a tomar aire. Había risas con toda la familia pero mañana era otro día…
Ahora con lo de Margarita, tenía nuevamente la sensación de tener un plato de habas sobre la mesa. Esta vez decidí no comerlas y yo mismo cogí el camino: un viaje científico al infierno. ¡Quien sino abriría las ventanas!
Tenía que organizar un grupo de aguerridos aventureros y teníamos que ser trece. ¡Este era el número!, trece y salir un martes trece. Busqué entre las mentes privilegiadas del país a quien quisiera formar parte de la expedición y a los pocos días ya los tenía a todos. Incluso la CIA nos impuso un yanqui para que nos acompañara.
- Bien – dije – pero llevará el número trece.
- Okey.
Lunes 12 – 23,45 horas
Faltaban ya pocos minutos para el inicio de la expedición y nos encontrábamos en el pub L´Auba tomando unas copas. Allí una numerosa multitud se había congregado y habían organizado una fiesta de despedida. Abrazos y palmaditas en la espalda no faltaron.
- Ánimo Paulino; cualquier cosa, ya sabes…
Se hacía duro en aquellas circunstancias dejar todo aquel cariño para irse al infierno, pero el camino científico es a menudo duro y hay que recorrerlo si lo que realmente se desea es el progreso de la humanidad.
En el último instante intenté reconciliarme con Margarita y la llamé por teléfono.
- ¿Margarita?. Soy Paulino.
- ¡Vete al infierno! – y colgó. Una vez más se saldría con la suya.
Mientras tanto en el Auba, la fiesta continuaba y a los allí presentes se les había añadido un grupo de gigantes y cabezudos en un pasacalles espectacular.
- ¿Ya hemos llegado? – preguntó el yanqui.
- Si todavía no hemos salido – contesté con mala cara, al tiempo que le daba una “clotellada”.
Aquello sonó a Mozart, ¡que gusto!
Martes 13 – 00,00 horas
Enfilamos rumbo al imperio del mal. Solo teníamos que bajar y bajar, coger la senda adecuada y dejarnos llegar, la decadencia absoluta.
Lo que al principio todo eran buenas formas: usted primero, perdón, faltaría más, etc; se convirtió en una conducta de lo más pueril: ¡aparta cerdo!, ¡te vas a comer esto!, etc.
- Señores, no perdamos las formas – intervine – y no olvidemos que esta es una expedición seria.
¡Me cago en la puta!, era inevitable, habíamos bajado mucho y costaba mantener la compostura. El flujo sanguíneo no regaba a su ritmo normal, los biorritmos habían descendido a niveles anormales y estábamos a punto de entrar en el síndrome de Romualdo, el primo de Ángulo. Nadie osaba agacharse.
Sin lugar a dudas el infierno estaba próximo.
Seguimos descendiendo hasta el fin, esto es imposibilidad en todos los sentidos de llegar más abajo. Ahora una enorme roca con base en forma de pies, obstaculizaba nuestro camino, se veía claro que detrás estaba nuestro objetivo.
Por un pequeño boquete que había entre los pies de la roca y el suelo nos fuimos arrastrando uno a uno y ya, por fin, la luz: luz de fuego, luz de sangre.
Gentes de todas las razas, y conocidos un montón. Parecían buenos …
- ¡Hombre Paulino! ¿Tu por aquí?
- Estoy de expedición -le susurre al oído
Ardían como antorchas y, aunque en apariencia no les afectaba, acababan convirtiéndose en ceniza por el suelo. Un inmenso desierto de ceniza es lo que rodeaba el castillo, en el cual presumíamos que estaba la cúspide del poder. Y hacia allí nos dirigimos y, no sin dificultades, logramos sortear la vigilancia y entrar dentro.
En el patio central estaba formado una especie de tribunal con Lucifer a la cabeza y estaban juzgando a un hombre. Después de que uno de los demonios narrara las excelencias de aquel sujeto, reconocí enseguida al personaje. Este había sido juzgado con anterioridad en la tierra y después de ser declarado como el mayor criminal de la historia, fue condenado a mil penas de muerte. En su momento se dijo que había tenido suerte, puesto que solo cumplió una.
Lucifer se levantó de su asiento y , después de echar fuego por su boca y ojos, inició su discurso.
– Te faltó eso – señalando la punta de su dedo meñique – ¡No, no!. Mataste, robaste, violaste…¡Muy bien!, en eso estamos de acuerdo. Pero quizás te faltó frescura al hacer las cosas. Tú te limitaste con tu conducta a hacer lo contrario de lo que mandan los Mandamientos. Eso está bien, pero todo muy mecanizado. ¿Cuando fue tu propio espíritu el impulsor de tu conducta maligna y no tu mente?… es de allí, del espíritu de donde surge el caos y se reconoce la autenticidad de quien lo hace, y un espíritu maligno no necesita la intervención de la mente, el solo se basta para la destrucción de lo divino.
Es por ello, y aun reconociendo sobrada voluntad por tu parte, que no puedo calificarte más que con un notable alto, lo cual, como bien sabes, equivale a unos cuernos de plata, que a su vez corresponden al grado de comandante. ¡Pase el siguiente! – concluyo.
“Vaya, cuanta chapuza hay en la tierra”, pensé y justo en este momento al yanqui no se le ocurrió otra cosa que decir
- ¡Dios mio, esto es un infierno!
Repentinamente fuimos rodeados por un ejercito de demonios. El fue el primero en avivar el fuego de la hoguera
- ¡No puedo!, ¡ no puedo, orr!
Uno más
- ¡Por consiguiente!
El fue el siguiente, y así uno tras otro. Cuando resignado me disponía a lo peor, sorprendentemente no solo no me echaron al fuego,sino que se referían a mi, dándome el trato de comandante. No tuve que indagar mucho, la mirada que uno dirigió hacia mi cabeza no me dejó lugar a dudas. Me habían confundido con uno de ellos; los apéndices que Margarita me había puesto, habían resultado salvadores en aquel momento.
- ¡Recorantesetmilputes! – exclamé
El grupo de demonios rompió a reír escandalosamente y continuaron con su marcha.
Ya podía volver a casa, y si antes todo había sido bajada, ahora una enorme cumbre me aguardaba, a cada paso un claro, un punto de apoyo para seguir subiendo.
Por último una reflexión:
¡Benditos sean los cuernos que me han salvado del infierno!, ¡que ganas de comer habas!, ¡Fígaro, Fígaro, oh, ooh!
Relato publicado originalmente en la revista Papers d´Escacs correspondiente al mes de Enero de 1997.
En este relato se rinde un pequeño homenaje a los patrocinadores de la revista Papers d´Escacs situados en la Avenida Argentina de Palma, a saber:
Café Itake, en el número 31
Pub L´Auba en el número 33
Pub Sa Faixina en el número 39