El nido del Cuco por Jesús Vielsa

Aquella tarde estaba aburrido. Mi mujer y mis hijos estaban de viaje para visitar a la familia. Yo acababa de comer en un pequeño y nada limpio restaurante, al que acudí después de comprobar que su lista de precios no era excesiva.

La tarde se me presentaba larga y tediosa. Pensé que lo mejor sería entrar en algún cine, y me dirigí hacia uno que estrenaba una película con un título raro, … algo así como el vuelo de un cuco sobre un nido… que me llamó la atención leyendo la cartelera en la prensa.

Aun no eran las tres y la sesión comenzaba a las cuatro, así que recordé un bar cercano en el que solían jugar al ajedrez. El ajedrez me llamaba la atención, no por el juego en sí, sino por la actitud, concentrada y trascendental que adoptaban los jugadores, en contraste con el tono desenfadado y jocoso de los demás jugadores curiosos que solo miran.

Pasé al interior. En ese momento solo había un tablero ocupado. Saludé a los presentes y tímidamente pedí permiso para sentarme. Uno de los jugadores me contestó distraídamente. El otro,

que en ese momento le tocaba jugar, encarando las cejas me dirigió una mirada hostil – pienso que por interrumpir sus profundos cálculos – se puso las manos sobre la frente en forma de visera y volvió a sus meditaciones.

Mientras pensaba la jugada, yo me dediqué a observar mi entorno. Me llamó la atención un chico joven con aspecto de sudamericano, de ojos y pelo negro que, más que leer, devoraba el contenido de un viejo libro de ajedrez mientras distraídamente se mordía las uñas. Su rostro, enjuto, parecía consumido por una fiebre interior.

El jugador que estaba pensando su jugada, se quitó las manos de la frente y movió una torre dando “jaque en descubierta”. Sus ojos se alegraron mirando a su contrincante e, imperceptiblemente, su mano derecha se deslizó debajo de la mesa y dio dos toques consecutivos en la rodilla de uno que estaba a su lado. Fue un movimiento tan solapado que nadie se apercibió, solo el que había sido tocado sonrió levemente, sin hacer ningún otro movimiento. Yo miré las manos del jugador y noté una ligera, inflamación en una de ellas. Supuse que padecía reuma.

El otro jugador pareció satisfecho de la posición resultante a juzgar por la expresión de su rostro, aunque se notaba su nerviosismo en los continuos movimientos con los que obligaba a un constante trasiego a sus posaderas. Fumaba un grueso habano mordido y triturado en su comienzo.

Tras unos momentos de expectación, su dama capturó el molesto alfil que daba “jaque”. Solo entonces me di cuenta que si el contrario tomaba la dama con el peón que defendía el alfil, se le permitía penetrar con la torre y dar mate. Su expresión ya era francamente risueña. El puro se movía juguetón a un lado y otro de su boca.

El primer jugador se ajustó más si cabe su improvisada visera y examinó la situación. Al cabo de unos minutos inclinó su rey en señal de abandono.

Como a una señal convenida, los “mirones” se abalanzaron sobre el tablero y recompusieron una posición anterior. Uno de ellos, con cazadora de cuero negro y unos ojos pequeños y vivarachos, que taladraban el tablero a través de los cristales de sus gafas con montura dorada, visiblemente contrariado por la derrota del que supuse amigo suyo, aseguraba tajantemente y empleando unos términos ajedrecístico para mi desconocidos, como “obligarle a escupir la calidad”, que si se hubieran cambiado las damas la posición  hubiera sido favorable al ahora cabizbajo jugador derrotado.

El del puro, no parecía escuchar nada. Su boca se distendía más y más en una risa exultante. Había arrojado lejos de sí el puro y miraba en todas direcciones, como el matador de toros que tras una bella faena recibe el aplauso de su público.

Entonces ocurrió algo que me hizo gracia. El jugador que había perdido mostraba su mano ligeramente inflamada y abriendo y cerrando los dedos con visible esfuerzo, comentó:

  • No estoy para jugar.

Entretanto yo había olvidado por completo el cine, y la tarde, en aquel ambiente, me prometía sabrosas observaciones.

Había descubierto el nido del cuco.

Publicado originalmente en la revista Papers d, Escacs correspondiente al mes de marzo de 1985.

Con su sátira el autor, Jesús Vielsa, reproduce el ambiente que se creaba en el Bar Comercio y en su texto podemos reconocer al joven Juan Muñoz, a José María Forteza con su inseparable puro, a Jacinto Larios “el maño” sus tics y su perenne reuma y a Antonio Romero. Sirva esta reproducción de homenaje al autor y a todos los fallecidos con los cuales compartimos tantos buenos momentos.

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