La partida de su vida por Xisco Moll

Cuando hice saber que no me sentía bien y que unos extraños dolores en la cabeza no me dejaban dormir, encontré todo tipo de ayuda para superar dicha adversidad. Desde la dirección de la empresa buscaron a los mejores especialistas y dieron con ellos. Era lo último en medicina y por el momento sus resultados eran óptimos. Un cien por cien en diagnóstico de enfermedad y un sesenta y uno en curación definitiva. Las posteriores autopsias confirmaron lo dicho. No había porqué preocuparse…

Hacía ya muchos años que notaba molestias, pero las iba aguantando hasta el día de hoy. Tenía ganas de conocer lo que de forma imprevista había encontrado acomodo en mi cuerpo y que poco a poco lo iba debilitando. Fue por ello que aun sin estar muy convencido, »posteriores autopsias», nada convencido… y más aún sabiendo que el centro médico se llamaba «Jekil and Heyde» y que no eran dos sino solo uno el doctor que estaba al frente. Era muy fuerte y como para decir no. Un no rotundo, pero… cien por cien en diagnóstico», al fin sabría qué era aquello… Tenía que pensarlo. Me decidí e iría.

Pasaron tan solo dos días y ya me encontraba a las puertas del prestigioso centro. Habían hecho un buen trabajo mis jefes, era mucha la demanda para ser visto allí, pero gracias a importantes influencias y según me contaron, lo que significó un dato decisivo fue el que yo supiera jugar al ajedrez. ¿Cómo?… ¿Jugar al ajedrez? ¿Y de qué están hablando estos? ¿De jugar una partida de ajedrez?, para eso me voy al «Venecia», para eso y para echar un truc. – No, no se anticipe a los hechos, se trata de una técnica nueva, novedosa y para la cual se valoran los conocimientos ajedrecísticos del paciente. Tenga por seguro que estará en las mejores manos. – Pero, ustedes entienden que el problema es médico y no de ajedrez, ¿no? – Sí, claro que sí. Vaya que todo irá bien.

Así que toqué en el timbre de entrada. — Pase sr. Rufino lo estamos esperando. La voz salió de lo que parecía una figurita de adorno en lo alto de la puerta y que por lo visto ocultaba una cámara con sonido. Subí un par de escalones y con la puerta abierta ya vi la figura de un hombre con una bata blanca que me estaba esperando…

¿Doctor Jekil? o… ¿Heyde?

– Sr. Rufino, que sea Jekil o Heyde dependerá exclusivamente de usted y será al final desvelado. Ahora mismo no tiene ninguna importancia. Esperemos que acabe bien. Lo que sí le podemos garantizar es que al final del tratamiento, sabrá exactamente cuál es su dolencia y el nombre de quien le ha tratado, incluso antes de acabar, lo cual le dará pistas definitivas para saber el alcance de su enfermedad, en caso de que no haya podido vencerla. Tenemos fe en usted sr. Rufino y ello en parte es debido a su más que aceptable nivel en el juego del ajedrez.

– ¿Pero y que tendrá que ver el ajedrez con un dolor de cabeza? En todo caso, entendería que me dijeran que la causa de mi mal es el ajedrez y que lo dejara… No les entiendo.

– Sí que lo entiende Sr. Rufino, lo que pasa es que es tan grande lo que usted ha percibido que se niega a aceptarlo como algo lógico, por lo menos hasta no tener más datos. Se los daremos, no se preocupe. Ahora siéntese que empezaremos con el chequeo.

– Bueno, por lo menos ya está empleando una terminología médica… Imagino que lo primero será sacarme sangre y por tanto empezaré por arremangarme la camisa…

– ¿Tiene calor, acaso? que se arremanga la camisa. ¿No es suficiente el aire acondicionado?

– Tendrán que sacarme sangre, ¿no?

– No, lo que haremos será sacar un tablero de ajedrez y ponerlo sobre la mesa. A continuación, le colocaremos un casco con unos electrodos sobre su cabeza, que conectados al tablero, irán sacando la información necesaria para configurar la posición de piezas que nos dará su estado exacto de salud. Entonces será el momento de demostrar sus condiciones ajedrecísticas, ya que de ello dependerá el acabar o no con su dolor de cabeza…

– Quiere decir pues, que ¿seré yo el responsable de mi futuro?

– No ve lógico, que sea uno mismo, el responsable de todo lo que le concierne

– Sí, pero yo no he estudiado medicina. Para ello estamos en sociedad, para que cada uno con sus respectivos conocimientos ayude al otro que lo necesita.

– Aquí estoy yo, doctor en medicina para abrir su cuerpo si es menester; pero antes de ello, antes de que la enfermedad progrese, empieza en la cabeza y allí es cada uno quien tiene que poner su parte. Los avances tecnológicos nos han llevado a poder reflejar sobre un tablero de ajedrez, la posición actual de un estado de salud y los movimientos, si los hay, de invasores enemigos.

– Trata de decirme, ¿que sobre el tablero veré de forma real el interior de mi cuerpo?

– No, usted verá las piezas normales del ajedrez en una posición de la partida perfectamente válida, y a partir de allí defenderla e intentar ganarla será su objetivo. De que le serviría, por cierto, ver el interior de su cuerpo si como dice, ¿usted no es médico? ¿No es mejor esta simbología para usted que la realidad misma? ¿No es acabar con su dolor de cabeza, lo que desea? Entonces juegue y no permita que lo que ahora tiene en su cabeza pase a su cuerpo. Así es como se produce la vida: la buena y la mala, con una idea. ¡Acabe con la idea mala y defienda la buena!

– A simple vista mi posición no es mala: tengo espacio, sin puntos débiles, mi rey está seguro… Por cierto, ¿qué hace usted aquí Mr. Heyde? ¿a dónde ha ido el doctor Jekil? La verdad es que tengo dolor de cabeza y que por tanto algo falla en mi posición. Veamos, veamos, veamos….

– Ya lo he visto: dentro de pocas jugadas me quedaré sin planes, el rival dispone de un alfil que bastará que lo active, para que, junto con el otro, la terrible pareja de alfiles, dominen el centro y no disponga de jugadas buenas. Sin duda el dolor de cabeza está justificado. Mr. Heyde olió mi nerviosismo y yo escuche su sarcástica risa llena de maldad…

Después de mucho analizar, la conclusión es que solo dispongo de una jugada, por mucho que busque no hay más. Implica un cambio desfavorable, a menudo perdedor, cambiar la dama por un alfil; no hay más… si, pero de pronto mi posición toma vida. Diría que la vida empieza a florecer de nuevo en aquella posición. Hay un peón en la sexta casilla, solo a dos de coronar que puede darme el triunfo. Estoy vivo y mi dolor de cabeza ha desaparecido. El doctor Jekil tiene una mano poderosa que cuando aprieta la mía, para despedirse, mis nudillos crujen…

Todo salió bien, efectivamente, detrás del dolor de cabeza se escondía una enfermedad que hubiera podido ser mortal si llega a materializarse… Ahora recuerdo un amigo con el cual compartí muchas horas jugando al ajedrez y que de pronto un día vino con la mala noticia de que le habían detectado una enfermedad, una que en aquel momento resultaba mortal de necesidad. Nunca dejamos de jugar, unos días ganaba él y otros lo hacía yo. Inocentemente pensaba que el ajedrez era para él, una forma de evadir una realidad que lo tenía preso… Hoy pienso de forma diferente, creo que en el fondo de su alma ya intuía que su vida podía defenderla de igual manera como defiende a su rey en el juego. En definitiva, encontrar una partida como la que hoy la ciencia me ha puesto delante. Eran otros tiempos y claro no la encontró, pero sí que dejó el ejemplo de jugar con amor y lucha, que es la forma de ganar. La auténtica, la que llena sacos. Es por eso que cuando esta mañana me he puesto el casco, no solo me he inter-relacionado con el tablero sino también con él, que ha querido recordarme, que, si la ciencia puede prolongar la vida, el amor y la lucha la hacen eterna.

Relato inédito.

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