Perdóname Campus por Toni Pont

La verdad es que para los cánones imperantes en 1997, no me podía quejar de mi suerte. Catedrático de historia de la UIB, Maestro Balear en lo que es mi pasión, el ajedrez, y un nivel de vida que para sí quisieran la mayor parte de mis paisanos.

Lo verdaderamente cierto es que encontraba a faltar algo en mi vida, algo excitante, algo que la sacase de la monotonía, no sé el que pero…, tomemos como ejemplo al que era mi ídolo en el mundo del ajedrez, el segundo campeón mundial, el ruso Mikhail Ivanovitch Tchigorine.

Obtuvo el título tras vencer por 10-9 y 5 tablas a Steinitz en La Habana 1892, vengando la afrenta recibida, en la misma ciudad y en el mismo escenario, por el mismo adversario en 1889 (+6 =1 -10)

Mikhail Tchigorine es una de las figuras centrales en la evolución del ajedrez; era un extraordinario jugador de ataque -no en vano se le considera el último romántico – pero aportó también elementos fundamentales a la técnica del juego y a la teoría de aperturas. Gano muchos torneos (San Petersburgo en 1879 y en 1905, Budapest 1896, Nueva York 1889, Viena 1903…), también entabló un match contra la joven nueva estrella Tarrasch en 1893. Célebre es también su sentido del peligro, destacando la anécdota de la vigésimo tercera partida de su victorioso encuentro de 1892 con Steinitz cuando, estando a punto de cometer un error garrafal, dirigió su mirada hacia la sala de butacas; viendo a su esposa ensimismada, recordó que esta no debía ser su actitud y, concentrándose de nuevo en la partida, esquivó la jugada absurda que había estado meditando.

Su maestría en el manejo de los caballos contra los alfiles le permitió ganar partidas memorables como la que jugó contra Lasker en el torneo de Hastings de 1895.

Con todo lo que os he contado, no debe pareceros extraño el que despertara mi interés el anuncio, por parte del Departamento de Física Aplicada de nuestra universidad, del primer cronomóvil operativo. El Departamento de Física era, sin duda, el más avanzado de la UIB y era seguido con envidia por parte de universidades a ambos lados del Atlántico, aunque en otras ramas igual se mantenía en los primeros puestos de la investigación internacional y entre su profesorado se encontraban algunos premiados con el Nobel, amén de otros futuribles.

En la nota recibida se convocaba a los interesados para el primer experimento público, con una persona como protagonista del viaje, experimento que tendría lugar al día siguiente.

Como su propio nombre indica, el cronomóvil es un “vehículo” que se desplaza en el tiempo y dicha novedad resultaba más bien increíble, aunque los profesores del citado departamento habían demostrado holgadamente y durante muchos años que se mantenían en la cima de la innovación mundial.

A la mañana siguiente me encontraba en el gigantesco y repleto Salón de Congresos de la UIB. En el escenario podía verse un receptáculo pequeño y cuadrado, rodeado por una serie de pilaretes metálicos, aunque no pude identificar visualmente cual era su composición, que terminaban en punta; el cuadro se completaba con los terminales de un generador de alto voltaje, unas imponentes bobinas electromagnéticas y una serie de técnicos, todos pulcramente vestidos con batas blancas y guantes, que manipulaban mandos y controles desde diversas consolas.

Mientras observaba todo esto una de las investigadoras se presentó y estaba explicando el principio teórico del funcionamiento del aparato – por llamarle algo- y explicaba que las múltiples pruebas realizadas con objetos y animales habían resultado del todo punto positivas y que, por el momento, solo podían realizarse viajes al pasado ya que los electrones no podían superar la velocidad de la luz para poder iniciar los desplazamientos al futuro. Cuando comenzó a usar términos como “líneas espacio-temporales”, “supercuerdas”, “supersimetría de fermiones”, “quantum” y otras similares y a la vez diferentes, confieso que me perdí.

Al terminar su exposición la científica se introdujo en el habitáculo y, poco después, las puntas de los pilaretes comenzaron a emitir los típicos arcos voltaicos, producto de la alta tensión que se producen al vencer la resistencia entre dos puntos a diferente potencial. Finalmente se produjo lo que pareció un relámpago y todos pudimos ver que la pequeña estancia había quedado vacía.

Entre un sepulcral silencio, otro de los coautores del engendro nos explicó que el regreso se había fijado en treinta segundos y que el único cuidado que debía tener el temponauta era el de estar en un radio inferior a diez metros desde el punto de llegada inicial.

Tal como él nos anunciaba así resultó. Transcurrido el tiempo, la investigadora reapareció súbitamente y sin ningún destello apreciable, en el lugar que ocupara medio minuto antes.

Tras este éxito, las peticiones para el uso del cronomóvil, siempre con fines altruistas y científicos, llovieron desde todos los rincones del mundo sobre la UIB.

Yo también presenté la mía, solicitando ser trasladado a la Cuba de 1892 para investigar el alcance real de la reforma colonialista española, que tanta influencia se supone que tuvo sobre la propuesta del programa de autonomía del Ministro de Gobernación de Ultramar, nuestro paisano Antonio Maura, en 1893.

Transcurrió más de un año y yo prácticamente había olvidado el tema. Por supuesto seguía las novedades obtenidas por esta nueva forma de investigar “in situ”, pero tras el paso de la novedad, dejó de ser tema de portada en todos los noticieros y fue desbancado por otros problemas más acuciantes, como el del supuesto favor arbitral recibido por el Real Madrid en la liga española, que estaba a punto de finalizar con una nueva debacle barcelonista.

Un buen día recibí la notificación de mi turno para el uso del ingenio atemporal, presentándome inmediatamente al técnico encargado del manejo del artefacto. Sus instrucciones fueron muy precisas:

  • Póngase estas ropas para no destacar en el ambiente en que va a residir durante las doce horas que se le han asignado. No contacte con nadie, no destaque por nada, es preferible que, a ser posible, no hable con nadie, todavía mejor, no se deje ver. Desconocemos las implicaciones que podría tener para el futuro un cambio repentino en cualquier hecho del pasado. En el hatillo lleva comida y bebida, no tome nada de esa época, sabe Dios las enfermedades que podría importarnos. Cuando vuelva será usted examinado por el Departamento de Investigación Médica. Todas estas indicaciones se resumen en una, sea muy cuidadoso.

Mientras me hablaba me había colocado en el centro del cronomóvil por lo que me anunció:

  • Saldrá usted dentro de quince segundos.

El instintivo temor a lo desconocido se apoderó de mí, pero lo cierto es que no sentí nada. De repente me encontraba en un campo, a las afueras de una ciudad que no dudé se trataba de La Habana.

Me dirigí a ella y al penetrar en su interior pude observar el esplendor colonial de su Ciudad Vieja, algo que todavía perduraría en su centenario futuro.

Acercándome al mercado pude observar que muchos de los terratenientes españoles llevaban su pequeña corte de esclavos, a pesar de que los negros habían sido declarados libres por las cortes españolas en 1880. Al constatar que este era un echo mayoritario y aceptado socialmente, lanzaba al traste todas las teorías existentes, demostrando que la buena fe de Maura estaba basada en la ignorancia de la realidad cubana contemporánea.

Mi misión se había cumplido con celeridad y, dado el sobrante de tiempo disponible me dedique a buscar un lugar solitario donde entretenerme observando sin ser visto. En ese momento un carruaje pasó junto a mí y no pude evitar escuchar la conversación entre sus ocupantes.

  • Ya lo tiene ganado
  • Ha demostrado ser el mejor
  • Es increíble como Tchigorine ha dejado escapar una ventaja de 8-7

La calesa siguió su camino, pero yo sabía de que hablaban. Estaba en 1892 y Steinitz se había adelantado por 9-8 a Tchigorine. Mi posición ventajosa me permitía saber que Tchigorine sacaría su genio para doblegar a su contrincante en las dos partidas siguientes.

No pude evitar la tentación y me encaminé al local de juego, local que conocía por haberlo visitado en un reciente viaje en el futuro. Cuando llegué me extrañó el poco público asistente, tan solo un par de filas estaban llenas, las primeras, y su proximidad a los jugadores habría molestado a los participantes en un torneo de partidas rápidas de mi tiempo. La posición del tablero demostraba claramente que la pieza de más de Tchigorine debía imponerse sin dificultades; lástima perderse la partida definitiva de mañana.

Busqué donde sentarme, consciente de que no debía llamar la atención y me dirigí a las últimas filas, donde tan solo se encontraba una señora dormitando. En el preciso instante en que crucé frente a ella, desvié la vista hacia el escenario y vi la mirada de Tchigorine fija en mí. Me senté, con la intención de no molestar al maestro, y este movió confiadamente su alfil.

Una alarma sonó en mi cerebro; esta era la vigésimo tercera partida, la recordaba perfectamente y este alfil no había perdido jamás esa diagonal. Steinitz levantó su barbudo rostro y con incredulidad tomó con su torre el peón h2. Tchigorine enrojeció y abandonó.

¿Qué estaba pasando aquí? Las cosas no habían sucedido de esta forma.

Atropelladamente y confuso, salí del edificio y me dirigí al punto donde el cronomóvil debía recogerme. Llegue con tiempo de sobra; pronto estaría en mi tiempo donde las cosas sucedían de una – y solo de una – forma y no cambiaban caprichosamente.

Pasó la hora de la recogida, continué esperando, pero nada sucedió.

De pronto comprendí la verdad. Había hecho algo al pasado, algo que había afectado al futuro. Ahora Steinitz seguiría siendo el campeón mundial, quizás Kasparov no sería nunca campeón, quizás José María Forteza no ganara nunca el Caballo Real, quizás la UIB no inventaría el cronomóvil y, en definitiva, quizás no tendría una gran Sala de Congresos.

Me encontraba atrapado en el pasado, un pasado que para mí era presente.

Xisco Riera

Caracas 21 de marzo de 1914

Este relato, con diversos retoques, se publicó originalmente en la revista Papers d ´Escacs correspondiente al mes de julio de 1997.

El protagonista – Xisco Riera – es un personaje ficticio creado por el autor.

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