Ajedrez y Arte por William Lester Tattersall

El famoso humorista Julio Camba nació en Villanueva de Arosa en 1884 y murió en Madrid en 1962. Su humorismo no tiene nada de la superficialidad común a los escritores festivos, y en vez de limitarse a la epidermis de las cosas se interna agudamente en ellas, desmontando su mecanismo y haciéndonos ver su faz absurda. De ahí que con razón se haya podido escribir que la risa de Camba es una risa intelectual, aguzada y reflexiva. Camba ve en perspectiva a los demás y los dibuja más bien como son que deformándolos, y ese es el secreto de su arte, que así resulta en plena burla, en contraste con su propio fondo, descubiertos en lo que tienen de absurdo y grotesco.

De su libro “Londres” editado por Espasa Calpe el 20 de Agosto de 1939 hemos rescatado un artículo escrito en 1913.

El Juego del Ajedrez

Si yo me hubiera puesto hace dos días a escribir acerca del ajedrez, yo hubiera dicho que el ajedrez es el juego inglés por excelencia. Como de costumbre, hubiera hablado del clima, y hubiera dicho que el ajedrez no puede desarrollarse en los países cálidos ni en aquellos en los que los cambios de temperatura son violentos e irritantes. Hubiera demostrado que el ajedrez, juego de paciencia, necesita un ambiente apacible, donde los nervios del jugador estén perfectamente tranquilos. Hubiera hablado del at home inglés, de la serenidad, de la ecuanimidad inglesa, del aburrimiento de Londres y de todo lo demás. Hubiera aprovechado la ocasión para hacer un poco de psicología del espíritu británico y del espíritu español. “Los españoles – hubiera dicho – podrán triunfar de los ingleses en un juego de improvisación y de audacia, pero no en juego de cálculo y de reflexión”. Luego hubiera intentado darle al artículo cierto interés político y hubiera añadido, no sin un poco de malicia, que en cuantas partidas de ajedrez emprendamos contra Inglaterra llevaremos, desgraciadamente, todas las de perder.

Esto hubiera escrito yo hace un par de días  si se me hubiera ocurrido la idea de hablar de ajedrez. Pero he aquí que llega a Londres Don José de Capablanca, que se va al Chess Club, donde se reúnen los más terribles ajedrecistas de Inglaterra, que se pone a jugar con ellos y que los derrota a todos. El Evening News de ayer publica, con todos los honores, el retrato del vencedor. Muchos otros periódicos insertan su biografía.

Don José de Capablanca no es un español precisamente, sino algo mucho más tropical todavía. Es un cubano. Hace algún tiempo luchó es San Sebastián con catorce grandes ajedrecistas y sólo sufrió una derrota. No es un hombre viejo, reflexivo y lleno de experiencia, sino un joven lampiño que está estudiando ingeniería de minas. Si abandona su carrera para dedicarse al ajedrez ganará el dinero a espuertas.

A mí, este vencedor del Chess Club me parece un compatriota, tanto por su origen como por su Capablanca, y su victoria no ha dejado de producirme cierta satisfacción. Hay que advertir que Don José de Capablanca no juega a la inglesa, sino a la española o a la cubana. Confía más en el golpe de vista que en la reflexión. En sus jugadas es rápido y atrevido. Es lo que podría llamarse un improvisador del ajedrez. El Evening News, que le dedica una larga información, está maravillado.

¿Quien ha dicho que se ha acabado la época de nuestras conquistas? ¿quién ha osado afirmar que la impetuosidad, la audacia y el espíritu improvisador de la raza no puede obtener ya triunfo ninguno en el mundo? Lean los pesimistas la reciente hazaña de Don José de Capablanca y recobren la fe perdida, esa fe tan necesaria en el ajedrez como en todo.

Este artículo apareció originalmente en la revista Papers d´Escacs de enero de 1992.  

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