Dedicado a Aleksei Suetin
Todavía recuerdo su cara, grande redonda y roja, sobretodo roja, cual si una combinación de pimientos picantes, tabasco y pimienta acabase de ser ingerida y sus efectos delatasen al temerario capaz de desafiar las leyes de la prudencia…, aunque creo que este no era el origen del perenne colorido del maestro.
El cuerpo correspondía de forma precisa a ese rostro, grande y redondo, aunque no puedo atestiguar si era rojo, pues se encontraba cubierto por un sencillo pero elegante traje gris.
Yo jamás había participado en una sesión de simultáneas y, en contra de mi fama de jugador imperturbable, debo reconocer que el cosquilleo que sentía en la boca del estómago así como la tensión generalizada en el resto de mí, me hicieron temer dar una imagen poco acorde con el efecto que deseaba causar a tan insigne contrincante. De todas formas mi proverbial concentración, autodominio y el extremado miramiento con el que adopté la postura adecuada para recibir al maestro, unido a mi porte, que, aunque me esté mal el decirlo, no tengo mala percha, no permitirían sospechar jamás la batalla que se libraba en mi interior, tan solo delatada por un leve tic en el brazo derecho, que al ser el ejecutor natural de mis movimientos, provocaba una reacción en cadena, derribando, desplazando, cuando no lanzando las piezas lejos de su emplazamiento escaqueado.
El resto de jugadores caían uno tras otro y ante la complejidad de nuestra posición y pese al tiempo perdido en reponer las posiciones, el simultaneador tuvo a gala lanzarme una flor, diciéndome al llegar a mi tablero:
- “Fuerrte jugadorr” – con su inconfundible acento ruso, para el que conozca tan entrañable lengua, que yo no me cuento entre ellos
Mi satisfacción fue tal que mi mano se serenó y la autoconfianza adquirida permitió continuar la lid sin más incidencias destructivas.
Tan solo continuábamos dos jugadores en liza y por efecto del azar (puedo dar fe de que no estábamos conchabados y de que ninguna mirada inteligente cruzó entre nosotros durante el desarrollo de la partida) nos encontrábamos situados en extremos opuestos de la sala. Nuestro orondo adversario sentía el efecto de las horas de caminata, como quedaba demostrado por el copioso sudor que perlaba su frente y el jadeo que emitía al llegar a mi tablero. En ese momento pidió juntar los dos tableros para poder continuar desde un doble asiento; y digo doble no porque cambiase de silla, sino porque una sola era insuficiente para contener a tan generosas posaderas.
Para dirigir la vista a una u otra posición daba un pequeño saltito que le permitía encarar la dirección correspondiente y en uno de ellos, tras efectuar mi jugada, la presión ejercida en el centro de las dos sillas provocó tal desplazamiento en el punto de apoyo, que las Teorías de Arquímedes quedaron una vez más corroboradas, dando el maestro con sus carnes en el duro suelo. Comenzó a incorporarse y, cuando tan solo se le veían los ojillos por encima de la mesa dijo
- “Fuerrte jugada” – con su acento inconfundiblemente ruso para todos los asistentes que sabíamos que era ruso, que en caso contrario dudo que hubiéramos podido identificar su procedencia.
Y ahora viene la parte triste de la historia, la que me ha impelido a escribir a “Nunca es tarde” y a “Papers d´Escacs” en busca de la purga y expiación de mi conciencia.
Mi partida era la última y, a pesar de mi leve ventaja, su desenlace estaba lejano. Mi adversario me ofreció, a través de un traductor y en una lengua que identifique como ruso, una propuesta de paz:
- “El maestro le ofrece a usted tablas”
Hoy habría aceptado las reglas de la exhibición y el cansancio de mi contrincante, pero en ese momento mi mente se encontraba obnubilada por una sola palabra: victoria.
Negué el ofrecimiento y continué jugando; entonces sucedió algo que me extraño. El pensaba largamente sus jugadas y cuando me tocaba a mi, tamborileaba con sus dedos junto al tablero, como exigencia de que mi movimiento fuera rápido. Ahora conozco las reglas de las simultáneas y se que estaba en su derecho de comportarse de tal forma, pero entonces lo desconocía, y no pude evitar tamborilear a mi vez cuando su reflexión me pareció exagerada.
Ante tal actitud el hombre explotó y empezó a despotricar contra mi en una lengua que quise reconocer como ruso ya que nuestra larga relación comenzaba a dar sus frutos en forma de intercambio cultural y lingüístico.
El lector me permitirá que corra un tupido velo sobre ese momento que causa zozobra en mi ánimo.
En fin, acepte tablas y me alejé de allí concentrado en lo que hacía, en parte para alejar de mi mente la tristeza de que el affaire la había impregnado, en parte para sortear las bolsas de basura que salpicaban la acera. En ese momento escuche un gran estrépito…, pero esa es otra historia.
Este relato se publicó originalmente en la revista Papers d´Escacs correspondiente al mes de Julio de 1996. En él se hace una parodia humorística sobre la visita y las simultáneas realizadas por el Gran Maestro y afamado teórico soviético Aleksei Suetin, a invitación del Partido Comunista de los Pueblos de España. Dichas simultáneas se realizaron en el Ateneo Aurora Picornell.