Yo soy el rival al que todos quieren vencer…Dueño y señor de un vasto territorio, donde los ríos alimentan los mares y los llanos se erizan para, en sus puntas, dar cobijo a las blancas nieves que rodean mi castillo.
En lo alto, ¡en lo más alto!, tengo mi preciado tesoro; la más bella entre las bellas… Aquella que de siempre ha sido motivo de guerras, con el afán de conseguirla, pero que muy pocos han logrado: La princesa Damiana.
Solo el pronunciar su nombre debería estremeceros, poneros la carne de gallina, de cerdo en según qué casos, pensando en todos los peligros que tendréis que sortear si la queréis conseguir.
Y ahora, al dirigirme a una audiencia repleta de intelectos, lo hago con la firmeza que da la convicción de que cualquier tontería que desde estas páginas pueda plasmar, no caerá en saco roto. Que mis palabras serán leídas y revisadas línea por línea, variante por variante, y que no cejareis en vuestro empeño de arrinconarme contra las cuerdas.
Ya sé que esto os sonará a provocación y que más de uno ya estará afilando sus alfiles. Pero despacio, no os precipitéis. Conozco vuestras ansias por alcanzar el Olimpo y desposaros con la princesa Damiana, pero como ya sabéis un camino plagado de peligros os espera.
Y perdonadme, perdonadme, si en una de vuestras tentativas, de vuestros impulsos incontrolables por destronarme, asoma por la comisura de mis labios, cual princesa que atiende a sus pretendientes, la dama que ningún joven promesa desearía encontrar en su camino. Nada podéis contra esta vieja y zorra alcahueta. Todo esfuerzo resultará en vano. Pero si os sentís fuertes, y os creéis todavía con la potencia necesaria para tumbarla en el lecho y saciar allí vuestros apetitos… ¡Si pensáis que solo con la fuerza de vuestra desmedida ansia calmareis a la zorra, y os dará paso libre, andáis equivocados!
Os secará de la misma forma que secaría al Nilo. Y luego cuando os creáis llegado el momento del descanso, llamadlo como queráis, descanso del guerrero si así os place, es lo mismo, ya vuestra suerte está echada. Se correrán las cortinas y aparecerá Simbat el Marino, cómplice de tantas fechorías con la alcahueta. Y será entonces cuando os daréis cuenta de que el mar no solo existe en las caracolas, que la tormenta se ha desatado y está justo detrás empujando, y que de nada os sirve buscar un puerto donde cobijaros, porque vuestro motor ya no funciona.
Si queréis, remad, es lo único, aunad esfuerzos con Simbat y llegareis antes. ¿Qué más da?
Las puertas del infierno se habrán abierto para vosotros y, antes de volver a la lucha, deberéis pasar por el purgatorio del estudio.
¡Condenados pequeñines!
Solo así, angelitos, podéis llegar a ser algún día, dignos pretendientes al reino de Damiana. ¿Juegas conmigo?
Relato publicado originalmente en la revista Papers d`Escas correspondiente al mes de mayo de 1996